Y mi tiempo de entrenamiento por fin me dio un descanso.
Uno mucho más largo que esos 5 minutos de pomodoro. Ese tiempo libre fue aterrador.
Llegó el día en que me di cuenta del gran tiempo que le dediqué a mi esfuerzo. Prácticamente supuso mi vida entera en estos años. Empezó la etapa de "El miedo a una vida vacía"!!
Pensé en la persona que fui, y en lo que me estaba convirtiendo. En todo el doloroso proceso que supuso para mí aferrarme con toda mi alma a ese sueño, que también fue cambiando con el tiempo. Y digo con toda mi alma literal. Y digo, que fue y fui cambiando, literal también.
Cuando era pequeña, ese sueño era lejano. Un propósito a largo plazo que iba encauzando sin saber bien por qué. Una vez decidí el camino, empecé a perseverar. Surgieron por el camino escollos disfrazados de deberes: el sacrificio, el perfeccionismo, la Fé y el olvido.
El olvido de lo que necesitaba en el presente, sublevado a La Fé. Esa que prácticamente estuvo ausente en mi vida y que tan bien me fue mientras tanto. Me refiero a ella como la convicción de que si uno hace las cosas bien, logrará el éxito. Vaya coscorrón de realidad sufrí con los años. Aun luchando con ese afán de perfección, aun siendo la más perfecta imperfecta entre todos los seres de mi alrededor, aun con todo: Resulta que las reglas que rigen el mundo son otras historias.
Doy gracias a mi esfuerzo, porque me ha dado la satisfacción que ahora siento. La paz en mí, por entender con el tiempo que la recompensa no está en el objetivo, ni en el reconocimiento. Está en saber que puedo luchar con todas mis fuerzas si tengo convicción en algo. Y vaya si la tuve.